Cuando empecé a aprender a bailar tango lo más difícil fue aprender a dejarme llevar.
Yo nunca había hecho antes baile de parejas y esto de tener que entender lo que proponía el hombre y seguirlo para mi era todo un misterio. Y un día se convirtió en todo un reto.
El tango me gustaba, me gusta, me apasiona. Y me había propuesto aprender como fuera. Sudar hasta llegar a disfrutar. Hasta seguir al compañero de turno como si fuera una parte de el mismo.
Una noche en una milonga un chico al sacarme a bailar me dijo – El tango no es tan difícil, es cuestión de confiar y dejarse llevar. A lo lo que yo respondí – Puf!! mi materia pendiente pero en la vida y solté la carcajada. Luego descubriría que el tenía razón. Y mucho después comprobaría también que las materias pendientes un día se rinden y se aprueban.
Mucho después de esta frase, aprendería como tanto en el baile como en la vida cuando te relajas y te dejas ir con la corriente todo se acomoda solo, bien. La vida se acomoda, el cuerpo se acomoda, las emociones, emocionan, se sienten, pero no aturden. No te sacan de tu eje. Como en el baile, cuando te relajas, y te dedicas a sentir a tu compañero sigues naturalmente y lo gozas.
El baile se parece mucho a la vida, ya lo decía mi abuela: la vida es un tango y el que no baila un tonto. Y era gallega la abuela, pero gozaba de la sabiduría de la vida, y sin duda el Río de la Plata caló hondo en ella también.
El domingo fui a la clase y la milonga con una determinada expectativa. Lo que sucedió no fue exactamente lo que tenía previsto, sin embargo en este fluir podríamos decir que fue lo que tenía que pasar y la verdad fue estupendo.
La vida es un tango, yo estoy aprendiendo a disfrutarlo.