lunes, 25 de febrero de 2013

Se miraban


Ella lo miraba, lo miraba siempre.
El también la miraba. La miraba desde lejos. La miraba cuando estaba cerca. La miraba cuando pasaba por su lado. La miraba fijo solo un momento. Lo suficiente para que ella lo notase. No lo suficiente para que ella le sostuviese la mirada más allá de los 15 segundos de cortesía.
Se veían pasar. Se miraban pasar. No se decían nada.
Ninguno daba el primer paso.
Eran como dos barcos que se cruzan en el mar, cerca pero sin rozarse.
Al menos los barcos hacen sonar la sirena en señal de saludo.

Ella se quedó pensando si serían siempre dos barcos en el mar.
Mientras, seguía girando por la pista.

En un ir y venir se cruzaron sus miradas, sus ojos, los de ambos estaban fijos por un segundo clavados unos en los del otro.

Congeló la imagen un momento. Como en las pelis de ficción, donde puede detenerse el tiempo.
Y si nunca se dijeran nada?
Y si nunca cruzaran esa delgada línea que separa a dos desconocidos y los convierte en amigos, compañeros, amantes. Esa distancia entre tu piel y la mía, pensó. Esa distancia que hace que sigas siendo una fantasía. En la cual puedo ponerte todas las virtudes y quitarte todos los defectos. Puedo hacerte a mi medida, moldearte como arcilla y cocerte a fuego lento.
Y puedo despertarme de pronto y descubrir que el cuadro que estoy pintando no tiene los colores que me gustan o no todos, o solo algunos. O que los contrastes son muy fuertes o que quizás los bordes necesitan un retoque. O que la imagen que se levanta desde el fondo nada tiene que ver con lo que quería plasmar al inicio.
Pero para saberlo debería cruzar esa linea invisible pero tangible. Debería de cambiar esa distancia por un “lo bastante cerca para oirte, tocarte, sentir el aroma particular de tu piel, saber quien eres”
Lo que no sabía era como cruzar esa línea, como romperla. Por ahora era como un muro alto, muy alto, sin salientes para escalar y muy ancho para rodear. Sin fisuras a la vista.
Se fue a casa pensando si quería aprender a derribar muros. A cortar lineas invisibles. A acercar distancias y a pintar cuadros.

Decidió apuntarse a un curso. Decidió que era hora de graduarse.




martes, 19 de febrero de 2013

Pasaba por ahí


Tenía que pasar a comprar el vino para la cena. Llevaría el vino y algo para el postre.

Un vino suave, pensó. Y de postre un toquecito dulce. Entre semana mejor no exagerar.

Aún quedaba tiempo y decidió pasar por la librería que quedaba de camino, sólo a mirar, por si daba con algo que le llamara la atención.

Llegó hasta el fondo después por pasar por la sección de novedades, diccionarios, y libros de fotos.

Pasó la mano por las tapas de los libros. Fue leyendo los títulos uno a uno. Les dio la vuelta, leyó los resúmenes de las contratapas. Se detuvo en una historia conmovedora “ Llenaré tus días de vida”.

No pudo evitar pensar. Reflexionó un rato. Repasó los demás libros de la mesa. Se sintió afortunada, podía aprender de todo aquello sin poner el cuerpo, el suyo, por una vez.

Ya le dolía bastante, le dolían muchos dolores viejos. Y entre tantas frases y párrafos sueltos se quedó con uno que decía que “si te aferras a lo viejo no entra lo nuevo”.

Decidió soltar la carga. Sintió el deseo de aprender como le propuso alguien hacía ya tiempo “ con felicidad, con alegría, de las buenas experiencias” Decidió dejar el dolor en aquella mesa junto con los libros de autoayuda para dejar de sufrir.

Se prometió que cuando pasara algo “malo” no se aferraría a ello. Lo dejaría pasar como pasan las nubes en el cielo cuando sopla el viento.

Salió de la librería con su botella de vino afrutado y las galletitas de chocolate belga, caminando despacio, sintiendo el aire frío en la cara, y saboreando por adelantado la cena, la charla y el encuentro.

lunes, 11 de febrero de 2013

Un día de lluvia

La tormenta se desató de golpe. Tormenta de verano. Gotas enormes. Granizo.
Ella se refugió en un portal.
Se pegó todo lo que pudo a la puerta, escondió la cabeza entre los brazos, y tuvo que deja que las piedras de hielo le golpearan la espalda.
El llegó corriendo, con el caso de la moto aún puesto, abrió la puerta rápido y con un gesto brusco sin pensar la tomó de un brazo y la metió dentro.

Se sacudieron el agua y el susto, el de ella.

Se presentaron:

-Juan

-Ana

-perdona, te ibas a empapar ahí fuera

-gracias

-igual no te puedes ir ahora, sube, te invito un café

-vale- aceptó ella temblando de frío.

Subieron en el ascensor, callados. Mirando el suelo.
Una vez arriba, en el piso de el, se dio cuenta de que no lo había pensado ni un minuto.
Estaba en casa de un desconocido. Cuando su razón trataba de imponerse, llegó el café.

-Le puse azúcar, espero que te guste.

-Seguro.

Le temblaba un poco la mano, es el frío se dijo para tranquilizarse. Pero se dio cuenta de que estaba tensa. Fue hasta la ventana, se quedó observando la calle desierta y la lluvia densa. Asió la taza con fuerza con ambas manos para no temblar. Para que él no lo notara.
El simplemente la miraba desde el ángulo de la mesa donde había dejado apoyada su taza de café.
Caminó lento, hasta llegar a su espalda y la acarició con el dorso de la mano.
Ella se giró, y se sorprendió. Primero por lo inesperado del gesto y después por que dejó de temblar.
El le quitó suavemente la taza de las manos, la dejo el mesa, y como si fuera lo más habitual entre ellos, la besó.
Ella, no tembló, no se asusto y no corrió a la puerta.
La lluvia los encontró en un portal. Los acorraló allí.
Los condujo de pronto a un encuentro como de dos cauces de agua que se cruzan.
Como dos ríos de montaña que bajan saltando entre las piedras hasta que chocan con algo que cambia su rumbo.
La lluvia les dio la oportunidad.
Ellos escribieron el resto.

lunes, 4 de febrero de 2013

Jazmines y ravioles

Cuando te duele tanto es por que has tomado una decisión.
Ya sabes lo que sientes. Sólo queda actuar.
Aceptar la realidad y luego tomar otra decisión: la de cerrar una puerta para poder abrir otra.
Volver a empezar
Volver a confiar.
Volver a creer.
Volver a querer.
Volver a reír con ganas.
Volver a sentir con la frescura y la inocencia de la primera vez.
Volver.
El camino de regreso puede ser largo y sinuoso pero nos lleva siempre a casa.
Y no es acaso un buen destino?
Al principio no sabes ni donde está tu lugar. No sabes ni a donde volver.
Pero lentamente vas recuperando la memoria.
Vas volviendo a reconocer tus propias sensaciones, la vista, el gusto y el olfato vuelven a ser los tuyos, los de siempre. Y los jazmines tienen esa mágica fragancia de la infancia con sabor de abuela y amor de para siempre. Y los ravioles caseros son el manjar más deseado, sin estrella michelín, con un solo tenedor y hasta sin servilleta.
Y todo lo bueno y lo simple se convierte en protagonista.
Como si te hubieras partido en muchos pedacitos y ahora los fragmentos quisieran volver a juntarse.
Y se juntan. Y vuelven a ser uno.
Cuando sientes que han traicionado tu confianza, duele. Duele mucho. Y descubrir que has perdido la confianza en ti mismo duele aun más.
Pero cuando encuentras el camino de regreso, sólo quieres caminar más rápido. Tienes ganas de llegar. Sientes un deseo inmenso de ravioles y jazmines. Y lo mejor es que estás seguro de que los vas a encontrar.